jueves, 6 de junio de 2013

La aguja, de Svetlana Makarovic

                                                    Traducción de Julia Sarachu


Camina camina la aguja silenciosa

ligera, con pasos minúsculos de acá para allá,

cose con apenas visible hilo

uno con el otro.

Que siga cosiendo, que siga cosiendo

a mí con vos, a vos con él,

cuanto más densa es la costura,

menos palabras pronuncio.

Pincha, tira, tensa

delgado, filoso, hilo ardiente,

cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde,

con mil puntadas estás cosido.

Garganta con garganta, la tuya con la mía,

cada vez más denso, cada vez más fuerza,

la piel se injerta en otra piel,

cada vez más apretado, cada vez más cálido.

Junta las mejillas, las espaldas,

los pechos, los miembros sudados,

ya siento tu aliento de odio,

ya no podés apartarte de mí.

Qué es mío, qué es tuyo,

apuntás con la piedra entre mis ojos –

la aguja se apura, pincha la palma,

que se afloja y la deja caer.

Lo que fue anudado,

no se puede desatar

y lo que fue arrugado,

nunca más se alisa.

A uno se le corta el aliento

y presiente y reconoce.

El camino se revela solo.

Es un camino para uno solo.

Se estremece con fuerza, se lanza,

arranca la piel de los huesos,

se levanta entre los harapos del cuerpo

y se pierde en la oscuridad.

Allá en lo desconocido. Allá en lo alto.

Fue y es y será.

Allá en lo infinito. Allá único.

Esa estrella sobre la montaña.




(poema del libro Mujer ajenjo)


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