jueves, 10 de mayo de 2012


Fabio Morábito en Ñ

miércoles, 9 de mayo de 2012

Balbuceos en una misma dirección, de Laura Wittner en No retornable


Por Verónica Perez Arango. Un nuevo libro de Laura Wittner siempre nos hace preguntarnos por las cosas y por las palabras que las nombran. En este sentido, Balbuceos en una misma dirección, la última creación de la poeta y traductora, “desmonta un mecanismo fundamental”: revelar la subcorriente de las cosas, acciones, pensamientos y deseos. Las cosas se renuevan con estos poemas porque la mirada de Wittner las vuelve extrañas y las llena de nuevos filamentos. La voz que recorre los poemas de Balbuceos en una misma dirección es familiar e íntima, una voz que la mayoría de las veces parece hablada. Esa cualidad oral es justamente la que hace que, a diferencia de otras voces que sí precisan un intérprete, Wittner no establezca nunca una distancia solemne con el lector. No hay pared construida entre quien escribe-habla y quien lee-escucha; nos sentimos parte de ese discurrir; la voz nos interpela y nos llama. Ojos curiosos de niña se posan sobre el mundo: Wittner usa el procedimiento de extrañar lo más cercano y doméstico, haciendo foco en lo aparentemente intrascendente, una burbuja de detergente, por ejemplo, que abandona su condición de absoluta banalidad para convertirse en un aleph perfecto. El libro se abre con la serie de poemas que le dan título al volumen y todo parece indicar que habría en el espacio del hogar algo del orden de lo ominoso que alteraría, sin previo aviso, la vida familiar, y cambiaría sus signos más visibles por otros, escondidos. Es ahí mismo, en la primera parte del libro, donde el lector es arrancado de la comodidad (“lo que se esperaba”) para ser lanzado al desfasaje (“lo que es”) de los elementos ya conocidos. Y si bien la serie “Balbuceos en una misma dirección” instala al comienzo la sombra monstruosa que se esconde bajo los signos del espacio privado, el resto del libro la desbarata en otras dos –aunque no nuevas– metamorfosis: la de la naturaleza como el lugar del peligro y la máquina como la posibilidad de la calma. Así es. Los autos que tanto abundan en Wittner proveen confort y placer pero también brindan la paz de los espacios íntimos: “Montaron su pequeño universo/ dentro del auto frenado en la esquina”; o “esa cápsula es mágica/ mientras siga difusa”; o “Partir terreno en dos con un auto frío,/ que por fuera se enfrenta al viperino calor/ (…) y acuna a nuestros niños/ en el mullido mundo del asiento de atrás.” El viaje en auto se parece a un microcosmos en movimiento, seguro y mágico; la intemperie, la naturaleza y sus organismos son la amenaza latente que persigue a la familia: el calor es venenoso; la niebla “acecha desde la reja del balcón”; unos pájaros atacan a la madre y la hija como en la mejor película de Hitchcock. El poema “Sábanas frescas, toallas limpias y papel con membrete” reza en su brevedad la metáfora sobre la mutación y el despojo multiplicados, dos ideas que abonan por completo el libro entero. Ser siempre nuevo aunque, de la misma forma, no serlo: “lo que soy y tengo queda atrás”; “ya vuelvo o ya no vuelvo”. Una vez más, Laura Wittner se escabulle de la repetición, la calma chicha del poeta: irse (de viaje, del cuerpo, de la lengua materna, del lenguaje humano) implica componer otras formas, evitar los tópicos y no repetirse ni regresar a lo que hay más atrás.

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