viernes, 8 de enero de 2010

Un hombre envejece


Un hombre envejece, entre miradas y conversaciones,
entre pepinos y hojas de té,
como humo subiendo, como agua bajando. La oscuridad se acerca.
En la oscuridad, el pelo se pone blanco, los dientes caen.
Como una anécdota de los viejos tiempos,
como un papel de reparto en una ópera, un hombre envejece.

El telón del otoño cae pesadamente.
El rocío está frío. La música obstinada continúa.
Vio un ganso rezagado de su grupo, un fuego extinguirse;
hombres mediocres, mecanismos parados, un retrato incompleto.
Cuando los jóvenes toman distancia, un hombre envejece,
su mirada persigue el vuelo de un pájaro.

Tiene experiencia como para distinguir el bien y el mal,
pero las chances se escurren como arena
y las puertas se cierran.
Un hombre joven vive dentro suyo;
lo que dice pertenece a su alma;
los peatones que agarra son balsas.

Algunos construyen casas, otros bordan, otros apuestan.
El gran viento de la vida barre el espíritu del mundo,
sólo los viejos pueden ver la devastación en esto.
Un hombre envejece, deambula sin pausa
por la avenida de otros tiempos, de golpe se detiene,
caen hojas de un árbol, pronto van a cubrirlo.

Aún más sonidos se meten a presión en su oído,
así como su cuerpo entrará en una caja;
ese es el final de una serie de juegos:
disimular el triunfo, disimular la derrota.
En el techo de una casa, en el agujero de un árbol
ya escondió papeles llenos de amor y pena.

Si quiere cosechar, ya es demasiado tarde,
si quiere escapar, ya es demasiado tarde.

Un hombre envejece, vuelve a la infancia,
después igual que un animal se muere. Su esqueleto
ya es suficientemente duro, puede soportar la historia,
dejemos que otros graben sobre su tumba
palabras que no le pertenecen.


Xi Chuan (Xuzhou, 1963-)
Traducción Miguel Angel Petrecca

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