jueves, 23 de mayo de 2013

El temple, de Francisco Garamona


Jugamos en las ramas con pesadas cabezas planas,

la habitación tiene un sentido. Y el sonido nos traía

la oscuridad como una fiesta para la que se habían

apagado las luciérnagas y los últimos fuegos.

¿Qué era ese silbido en los oídos, la masa

acuosa del temple en el constante bailar?

Esos libros que están al costado de la lámpara,

la frase que vuelve cubriendo con su estela

el despegue laborioso, controlado.

Los animales que amamos se van cerca del fuego,

y parecen que buscan su muerte persiguiéndose

por troncos y vallas. Y también esos pequeños

con que nos calentamos, todavía podemos

tocar sus narices, dejarlos rondar con sus

patas que marcan un camino sin fisuras

donde nos encontramos sin hablar.

Los útiles, las puntas de unos lápices

en un cubo flúor movidos por el viento.

La nota escrita con la lapicera sostenida

en la punta de dos dedos como una estrella temblorosa

y helada abriéndose una y otra vez.

Un hundimiento preserva las huellas anteriores

a esta tarde vistas en la luz marrón de una taza.

Si alguien se detuvo a contemplar el equilibrio

que se unía lejos de aquí, ese espacio

que resaltan las ramas para que nos acostemos.

Una laguna rosa se enciende en el momento de jugar

a encontrar adentro nuestro el lugar de las criaturas.








(de Que contiene láminas)









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