Sexo sin amor entre caracoles hermafroditas
A tres milímetros de tus ojos
lo veo: es el Dardo del Amor,
y en esta maceta, quisiera esconderme;
sin embargo doy vueltas, una y otra vez
hasta el lugar de donde partí,
en donde me encuentro ahora
frente a frente con tu protuberancia calcárea.
Entonces, nada queda por hacer;
salvo convertirnos en dos amantes
para que después
yo esconda la cabeza en la tierra
y expulse huevitos blancos.
Pero debo admitirlo:
tengo miedo por el futuro de los chicos.
Quizás no pueda
darles la humedad suficiente, ni taparlos pacientemente
con tierra; y así
no sobrevivirían al cuarto día.
Me imagino los órganos internos, transparentados
por estructuras nacaradas.
El mayor se llamará Theo,
el del medio Jacobo,
la menor, Teresa.
Para los demás, que serían
unos setenta y tres aproximadamente,
no tengo todavía un nombre,
y quizás nunca lo tenga.
Nunca les escriba cartas
ni pueda revelarles amor, y tu Dardo
será un misterio para ellos.
Estoy delirando, ya sé.
Después de todo soy una chica superficial,
perdida en mundos posibles.
Creo que podés perdonarme, y eso es todo. Mañana
te espero, nos encontramos.
Poema del libro Las atracciones
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