Del libro Las odas inacabadas, próximamente en Gog y Magog.
REVELACIÓN DE LECHE
No es muy cómodo apoyarse en el borde de la fuente.
Pero la paz que exige el niño que llora tiene que
encontrarse en todas partes. Esta es la ley primera. Incluso ahora.
Por ello: el niño se adormece en los pechos de su madre, de vez en
cuando mama un poco al hundirse tranquilo en sus sueños.
En el vacío de entre las casas de la plaza vuelve a
aparecer el mar. El meñique de la madre se desliza, suave,
hasta el rincón de la boca para interrumpir la filtración de leche.
Una fortaleza en Istria murmura, de la piedra un tronco revive,
más fuerte que el anhelo a ella con sus raíces agarrado.
Se mueve la lengua. Probar quisiera, dice la suspirante voz,
empapada de deseo que no quiere aceptar el monopolio
sobre la cosa, y débil tiembla, como si no perteneciese
al padre del niño. Se acerca y se pone de
rodillas con naturalidad y perplejo mira la sabiduría
de los senos y los pezones que apagados brillan,
tensos como aceitunas antes de ser exprimidas. Rodeados
de poco vello como una luz apenas perceptible que por un momento
se divisa al final y al principio del túnel al que te vas a dirigir solo.
Cálido, inasequible hasta el instante anterior al último suspiro
y tan aireado que te rindes fácilmente y desaparecen
todos los caminos que has dejado en tus amigos y en los libros.
Cada gota reconoces tuya cuando la mujer encima de ti
levanta el fruto hinchado, te lo acerca a la boca y detiene el tiempo.
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