jueves, 15 de abril de 2010

Uno de Rilke

LAVADO DE CADÁVER

Se habían habituado a él. Pero cuando vino
la lámpara de la cocina, ardiendo inquieta
en la oscura corriente de aire, el desconocido
se hizo desconocido del todo. Le lavaron

el cuello, y como nada sabían de su suerte,
entre sí, se mintieron, una a otra.
lavando sin cesar. Tuvo que toser una
y puso mientras tanto la esponja del vinagre

en su rostro pesado. E hizo una pausa, entonces
también la otra, De los duros cepillos
chasqueaba las gotas: mientras su horrible mano
en espasmo quería demostrar a la casa
entera, que ya no tenía sed.

Y lo mostraba. Como perplejas, reanudaban
el trabajo con más prisa, con una breve
tos, de tal modo que en el papel de pared
sus encorvadas sombras en los adornos mudos

giraban y bailaban igual que en una red,
hasta que terminaron de lavar las mujeres.
La noche en las ventanas sin cortinas
era implacable. Y uno, innominado,
yacía puramente, desnudo, y daba leyes.

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