“Terrible levedad” es el título de uno de los poemas largos que hay en “Camino de Vacas”, el volumen con textos de José Villa que editó hace unos meses Gog y Magog y que incluye dieciseis libros y poemas escritos entre 1989 y 2005, algunos inéditos y otros, como “Cornucopia”, que ya fueron objeto de varias ediciones artesanales.
Es un título temerario, “Terrible levedad” : lo integran dos términos tal vez demasiado abstractos, o con una importante contaminación lírica, o prosaicos, en el sentido de antiguos, de usados. No parecen combinarse con demasiada precisión. Una gravedad puede ser terrible, pero ¿una levedad? Si es leve difícilmente sea terrible. Lo que comparten lo leve y lo terrible es mucho menos que lo que no comparten. Fugan hacia perspectivas de sentido muy diferentes. En términos poundianos, podría pensarse que una levedad terrible es una imagen demasiado nebulosa.
Y sin embargo, en esta decisión de acercar dos términos que casi se repelen, de hacer que se reflejen mutuamente comienza a propagarse una de las principales propuestas de la poética de Villa.
Acá, la combinación de términos no encierra y define con precisión lo que se lee: las palabras no suman sus sentidos en la combinación, sino que los restan, reduciéndolos a un mínimo común denominador (difícil de aprehender, además, en la medida en que la sucesión de palabras vuelve a miniaturizarlo cada vez).
Villa no acumula para construir sentido o potencia de sentido como gesto de verdad (o gesto de potencia como equivalente de verdad de la imagen). No es el poema que se impone, que se reconoce de inmediato en una suerte de clacisismo o en tensión hacia cierto clacisismo (como modelo previo de lo que “debe ser” lo poético). En sus mejores textos, hace el camino inverso: trabaja en contra del gesto de consolidación de sentido como forma de acceder a cierta cosa real. ¿Real? ¿O a qué se accede por consolidación? ¿A lo real, o a su inverso?
Villa tiene algo pongeano de trabajar para el aseo intelectual. Si la poesía es una imagen focalizada, la de Villa, como la de Ponge, es una suerte de pre-poesía, o de pos-poesía. No es el acto ni es su verdad, tampoco es su nostalgia, sino el paso de los tres. Villa no precisa: se corre. No mata a las palabras con el peso del sentido: las desplaza del lugar sintáctico de la precisión y las deja resonando, encendidas, sin que hayan terminado de ser absorbidas por la frase.
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