miércoles, 10 de agosto de 2011

Lo real leve

Ventanas nuevas, de Primoz Cucnik
(Gog y Magog, 2010)

por Francisco Bitar para no retornable.


Durante cosa de un mes me estuve levantando temprano para leer el libro de Primoz Cucnik. Había escuchado sus poemas en Rosario, leídos por Miguel Petrecca en las traducciones que estrenaba Gog y Magog y por el propio Cucnik en el original, y pensé que merecían un mayor cuidado que la pobre atención que esa noche yo estaba en condiciones de prodigarles y capaz, con algo de suerte, hasta se ganarían una reseña. Por eso pedí su libro a la revista, repasé los poemas que Petrecca eligió esa noche y lo abandoné en la mesa de trabajo hasta que el azar de las lecturas o la fecha de cierre de este último número me llevaran a revisarlo otra vez. Siempre pasa: otros libros le ganaron en interés. Hace exactamente un mes recibí el temido correo de Nurit avisando que el cierre se aproximaba. "No quisiera molestarte, pero.".

Malísimo. Ahora el libro -y, por consiguiente, los poemas- se había convertido en una carga. Como siempre que uno debe reseñar por obligación y apremiado por cierres y otros trabajos, se empieza por revisar los procedimientos del texto hasta que algo de todo eso nos devuelva un sentido o, en el mejor de los casos, algo aproximado a la emoción. Se entra a los poemas, como quien dice, por la puerta de atrás.

Nunca en estos casos el resultado es feliz y tampoco los poemas de Cucnik fueron la excepción a la regla. En la máquina puesta a funcionar que es un poema, yo veía por todas partes tornillos gruesos que ensamblaban piezas sin simetría, un mecanismo completo que lograba ponerse en marcha pero que en poco tiempo empezaba traquetear y a dar tumbos y que amenazaba con sufrir un accidente todavía más grave para una poesía como la del esloveno: detenerse en el lugar equivocado. Por supuesto, una de esas mañanas estuve a punto de desistir y solamente me lo impidió el recuerdo de aquella noche en Rosario, la seguridad de que esa había sido la impresión que le hacía justicia.

Al día siguiente había empezado de nuevo, esta vez como si dispusiera de todo el tiempo del mundo: la derrota era mía. Y funcionó.

Con el camino despejado, puedo empezar por decir: Primoz Cucnik resiste perfectamente una lectura matinal. No cualquiera puede hacerlo. Decir esto equivale a decir que su poesía es una perfecta continuación de los primeros movimientos, al salir de la cama y vestirse, después de pasar por el baño y con una taza de café caliente en la mano. No hay un sentido apolineo en lo que decimos, al contrario: el trabajo no es puramente formal.

Se lee entonces Ventanas nuevas como se lee el diario mientras se desayuna: se lo sobrevuela -se lo lee por arriba- pero se pide de él cierta proximidad a "lo real". "Debe haber noticias del mundo en lo que leemos, pero ningún material pesado", parecen pedir las células secundarias de nuestro cerebro que acaban de entrar en funcionamiento "solamente por ellas estamos dispuestas a arder".

En sus puntos altos, el poema es esa oferta textual que permite, mediante su lectura corrida, pasar de una cosa a la otra, detenerse un momento más en las zonas que llaman nuestra atención, chusmear las fotos, pasar de largo sin cuidado por algunos versos como si fueran páginas y páginas. No es necesario retener el todo y ni siquiera hace falta tener presente el motivo principal para permanecer donde se está. Las señalizaciones están puestas en el texto para pasar y pasar, la información circula, llega nueva información. Y es eso, las señalizaciones, lo que menos importa.

Ahora bien, ¿cómo se logra, en este contexto, ese efecto de real del que hablábamos hace un momento, aquel que trae noticias del mundo? ¿cómo es posible lograr un "real leve", de una levedad tal que alcance a hacer sistema con la totalidad del poema?

Es necesario empezar por decir que los poetas post-ashberianos alrededor del mundo demuestran que las coordenadas "contenido sólido" y "contenido fluido" de las que habló Pound un siglo atrás no son suficientes para pensar las nuevas expresiones. Los pastiches más recientes -y en sus momentos de mayor brillo, en los extraordinarios poemas "Los ciclistas", "Hotel Transilvania" o "Mapas antiguos y áreas nuevas", Cucnik aparece como un gran cultor de esta enseñanza- buscan la forma de hacer correr el texto sin renunciar del todo a la idea de objeto: tienen una zona media donde debe verse la improvisación pero debe contar también con límites aquí y allá, en su despliegue.

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