Osvaldo Aguirre lee poemas de Tierra en el aire
Aloz Ihan leyendo de La moneda de plata
Durante la lectura
Diego Rebella, que vino desde Montevideo, toca algunas canciones
Bocha de libros
Entonces digamos
que los barcos se llaman entre sí:
esa es una de las primeras leyes que respetan
al traspasar las delgadas membranillas porosas
que separan al agua del lenguaje
otros son los principios de química lingüística
que se agitan en el batido de aletas y mitocondrias
Un sentido se une a otro por sus cargas de valencia
y la palabra "barco" atrajo a otras
que entran al texto todavía mojadas
sacudiéndose la sal.
Basta exponer al aire del poema una ramita de tamarisco
para que una bandada de gaviotas se le adhiera
con un fondo de playa y graznen
Basta agitarla con levedad
para que la rama salpique plumitas en todas direcciones
y termine de formarse el mundo
donde todo es líquido
como en el principio de todas las historias
el sentido es el ritmo
éste es el primer motivo para trabajar
¿me entendés?
sí
y el ritmo llama a los grumos de significado escandido
¿entendés esto también?
sí
ahora entonces el verso en modo cantabile
En este momento, me encuentro leyendo Blanco Nocturno, de Ricardo Piglia.
Es una novela extraordinaria, que juega con el género corriéndose constantemente de las reglas que éste impone. Para los amantes del policial (y cuando digo amantes quiero decir que nos vemos atrapados tanto por Raymond Chandler como por Ross Mcdonald, Stieg Larsson y hasta Michael Connelly) es siempre un placer cuando un gran autor juega ese juego.
Por otro lado, creo que en la literatura argentina, los pueblos son en sí mismos protagonistas. Tienen un poder de generación de mundo tal que hasta lo más improbable (como el hecho de que un puertorriqueño educado en Estados Unidos aterrice en las pampas argentinas persiguiendo a dos gemelas de fortuna) sea verosímil.
Y después, una vez que todo está planteado, sólo resta disfrutar de Emilio Renzi, gran personaje.
Solana Landaburu nació en Buenos Aires. En Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA), dramaturga y directora de teatro. Estudió con Marcelo Bertuccio, Mauricio Kartun y Diego Kogan.
Escribió, entre otras cosas, Los fines últimos exceden a todos y cada uno de los miembros de esta organización, Oeste. La gente tiene cosas en la cabeza. En la actualidad se encuentra escribiendo Picnic 1955 sobre idea y dirección de Diego Kogan.
Escribió y dirige la obra actualmente en cartel:“Yo no miento y así me va”
Con: Clara Cardinal, José Luis García Taboada, Daniel Ibarra, José María Mecozzi y Laura Ormando.
Entrenamiento actoral y colaboración artística: Mónica Marini
Escenografía y vestuario: Vanesa Gamarra y María Lucinda Olivares
Dramaturgia y dirección: Solana Landaburu
Teatro Payró, San Martín 766
Sábados de noviembre a las 21 horas.
La niña maldita de los balcanes publica su último libro: Mujer ajenjo en Gog y Magog, 2010.
La aguja
Camina camina la aguja silenciosa
ligera, con pasos minúsculos de acá para allá,
cose con apenas visible hilo
uno con el otro.
Que siga cosiendo, que siga cosiendo
a mí con vos, a vos con él,
cuanto más densa es la costura,
menos palabras pronuncio.
Pincha, tira, tensa
delgado, filoso, hilo ardiente,
cuando te das cuenta, ya es demasiado tarde,
con mil puntadas estás cosido.
Garganta con garganta, la tuya con la mía,
cada vez más denso, cada vez más fuerza,
la piel se injerta en otra piel,
cada vez más apretado, cada vez más cálido.
Junta las mejillas, las espaldas,
los pechos, los miembros sudados,
ya siento tu aliento de odio,
ya no podés apartarte de mí.
Qué es mío, qué es tuyo,
apuntás con la piedra entre mis ojos –
la aguja se apura, pincha la palma,
que se afloja y la deja caer.
Lo que fue anudado,
no se puede desatar
y lo que fue arrugado,
nunca más se alisa.
A uno se le corta el aliento
y presiente y reconoce.
El camino se revela solo.
Es un camino para uno solo.
Se estremece con fuerza, se lanza,
arranca la piel de los huesos,
se levanta entre los harapos del cuerpo
y se pierde en la oscuridad.
Allá en lo desconocido. Allá en lo alto.
Fue y es y será.
Allá en lo infinito. Allá único.
Esa estrella sobre la montaña.
No es muy cómodo apoyarse en el borde de la fuente.
Pero la paz que exige el niño que llora tiene que
encontrarse en todas partes. Esta es la ley primera. Incluso ahora.
Por ello: el niño se adormece en los pechos de su madre, de vez en
cuando mama un poco al hundirse tranquilo en sus sueños.
En el vacío de entre las casas de la plaza vuelve a
aparecer el mar. El meñique de la madre se desliza, suave,
hasta el rincón de la boca para interrumpir la filtración de leche.
Una fortaleza en Istria murmura, de la piedra un tronco revive,
más fuerte que el anhelo a ella con sus raíces agarrado.
Se mueve la lengua. Probar quisiera, dice la suspirante voz,
empapada de deseo que no quiere aceptar el monopolio
sobre la cosa, y débil tiembla, como si no perteneciese
al padre del niño. Se acerca y se pone de
rodillas con naturalidad y perplejo mira la sabiduría
de los senos y los pezones que apagados brillan,
tensos como aceitunas antes de ser exprimidas. Rodeados
de poco vello como una luz apenas perceptible que por un momento
se divisa al final y al principio del túnel al que te vas a dirigir solo.
Cálido, inasequible hasta el instante anterior al último suspiro
y tan aireado que te rindes fácilmente y desaparecen
todos los caminos que has dejado en tus amigos y en los libros.
Cada gota reconoces tuya cuando la mujer encima de ti
levanta el fruto hinchado, te lo acerca a la boca y detiene el tiempo.