En Perfil, Rafael Toriz escribió una nota preciosa sobre El Idioma Materno, de Fabio Morábito.
Aquí la transcribimos completa:
ESCRIBIR ES CUESTIÓN
DE ESTILO
Tanto
en el mundo como en la literatura, una de las virtudes más difíciles
de encontrar suele ser el sentido común, especie de brújula que
sirve para orientar búsquedas, confirmar horizontes o inaugurar
determinados senderos. Por ello mismo, cuando aparece el sentido
común –que para el caso que nos atañe no sería sino ver las
palabras con la claridad con la que lo hacen los niños, como un
atajo– resulta llamativo y desconcertante. Tal es el caso de Fabio
Morábito, un infante fugado en el mundo de los adultos.
Se ha reparado con frecuencia, acaso demasiado, en un hecho que me
parece neurálgico pero no definitivo: el cambio de lengua del idioma
materno a un segundo idioma, lo que en efecto es clave para entender
su circunstancia pero en ningún caso se trata de una potestad
exclusiva: cualquier escritor de valía sabe que escribir es siempre
aprender una lengua extraña, materia plástica a la que se accede
desde el balbuceo y que nunca alcanza a dominarse a plenitud. Por
ello Thomas Mann señalaba que la diferencia elemental entre un
escritor de quien no lo es radica en que al primero escribir le
representa un esfuerzo titánico.
La colección de ensayos breves en donde se dan cita la
autobiografía, el apunte el relato y la bitácora de lecturas bajo
el título El idioma materno es interesante por varios
aspectos; entre otros, por la profunda contención que demuestra el
autor, sometiendo sus ejercicios prosísticos –de una transparencia
profunda y amigable– a un número específico de caracteres, lo que
permite calibrar sus mecanismos internos como una pieza de
orfebrería. Morábito, poeta de primera, se enfrenta a los textos
como alguien que sabe que puede ser vencido; se trata de cimas que
hay que conquistar, a la manera en que trabajan los ingenieros y los
artesanos: “la idea de la poesía entendida como faena, como
apuesta, como jugada que puede o no resultar ganadora, está del todo
ausente de gran parte de la poesía que se escribe hoy…Sería bueno
que en los talleres de poesía se les diera a los alumnos unos
fierros retorcidos para entrenarlos a abrir cerraduras”.
Cerraduras. Oficio: Herramientas. Uno de libros más hermosos del
mexicano nacido en Egipto en 1955 se titula precisamente Caja de
herramientas, donde cada uno de los elementos se encuentra
definido por sus límites, dentro de un espacio específico. Cualidad
de buena parte de sus libros (“mi mayor influencia literaria no es
tal o cual poeta insigne, sino la línea de maletas Samsonite”).
Otro rasgo elocuente es la recuperación de los espacios de la
infancia, esos lugares cerrados a los que son proclives los niños,
porque alcanzan dimensionar sus confines. En una entrevista al
respecto de si la infancia decide la vida de las personas, responde
con aplomo: “Seguramente sí. El problema es que la infancia es tan
rica en episodios, y luego los episodios recordados siempre son
tergiversados por quien los recuerda, que buscar el episodio decisivo
es una quimera, una utopía”. En sus libros todo parece decisivo y
a la vez circunstancial.
Testimonio de sus lecturas, algunos instantes de El idioma materno
alcanzan profundas alturas metafísicas: “Coetzee ha leído a
Dostoievsky y sabe que la humillación es un secreto reconocimiento
del otro. Se humilla para incorporar, para ingerir, porque el
humillado es parte de uno y no se puede humillarlo sin ponerse en su
lugar, por eso sólo humilla aquel que ha sido humillado a su vez, o
que teme serlo y quizá lo desea secretamente”.
Morábito, como Clarice Lispector, suele componer en sus viñetas
atmósferas tangibles de la niñez, como esos espíritus especiales
que son capaces de recordar todo lo que les sucedió antes de los 12
años, cuando el hecho de que se rompiera un termómetro en casa
constituía una inesperada fiesta vespertina. Por ello es recurrente
la voluntad de volver a lugares improbables donde se ha vivido, casas
y momentos frágiles donde Fabio Morabitó (“A fuerza de
mudarme/
he aprendido a no pegar/
los muebles a los muros,/
a no clavar muy hondo,/
a atornillar sólo lo justo” se lee en su poema “Mudanza”).
he aprendido a no pegar/
los muebles a los muros,/
a no clavar muy hondo,/
a atornillar sólo lo justo” se lee en su poema “Mudanza”).
Autor preocupado por el gesto, el rostro y el semblante, es posible
decir que este libro es un libro sobre el estilo, esa marca del
escritor que le da a su tono y su respiración una impronta única
–los textos de Morábito caminan y sugieren, pero sobre todo
respiran.
Al hablar de la tarea del escritor, que compromete su ser incluso al
escribir un justificante médico, un apunte ocasional o incluso su
carta suicida, es que despliega con nitidez el nudo de su poética,
que en su caso implica también un ademán: “Cuando termina está
agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo
le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar
con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción
de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos
aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los
únicos a quienes vale la pena leer. Escriben para justificar que
escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra”